top of page

Victor Ochen sana las heridas de la violencia


No, no es un actor de cine. Tampoco es un nuevo fichaje de la liga de futbol. Se trata de una de las personas más influyentes de África. Victor nació en Uganda, hijo de una familia de nueve hermanos dedicada por completo a la agricultura. Los recuerdos de su infancia están relacionados con la violencia del Ejército de Resistencia del Señor, la de los ladrones de ganado y la del propio ejército ugandés. Violencia, enfermedad y hambre: «No llevé zapatos hasta que tuve 14 años, no tenía comida, sobreviví con una comida al día durante siete años”» (…) «En mi comunidad había ébola, meningitis, todo... Sufrí tanto de malaria que sobreviví a la muerte hasta el punto de que mi cuerpo ha desarrollado inmunidad». (…) «Recuerdo cuando era joven, cuando era un niño. Lo habíamos perdido todo. No teníamos casa, no teníamos comida, no teníamos colegio, no teníamos ropa... Lo único que teníamos era la fe. Teníamos fe en el futuro».


La fe de su madre en la Iglesia fue la razón de su esperanza, una esperanza que, una y otra vez, transmitió a sus hijos: «No tenemos ningún gobierno al que pedir auxilio, ni tenemos ningún familiar al que pedirle nada. La única fuente posible de esperanza es Dios».


Su madre fue también la que le rogó que nunca cogiera un arma por más duras que fueran las circunstancias, y que siempre trabajara por la paz. Una petición que Victor transformó en la misión de su vida: sanar las heridas de la violencia dando voz a aquellos que no tienen voz, a los pobres y vulnerables. Cuando le preguntas cómo realiza esa tarea, él responde con una historia que vivió hace poco más de un año:


Un día recibí la llamada de un joven:

—Víctor, ¿estás en Uganda?

—Sí.

—Quiero reunirme contigo —dijo.

—Claro que sí, reunámonos.

Cuando le conocí me contó lo siguiente:

—Hay algunos jóvenes que quieren reunirse contigo. Son de Sudán del Sur.

Yo le pregunté:

—¿Dónde están? ¿Están en Uganda o en Sudán del Sur?

Me dijo que estaban en Sudán del Sur.

—¿Están en la capital? ¿Los puedo ver en la ciudad, en algún sitio?.

—No, son rebeldes. Están escondidos entre la maleza, en la jungla y quieren reunirse contigo. ¿Qué es lo que hice?

—Vale, voy a reunirme con ellos.

(…)

Crucé la frontera entre Uganda y Sudán del Sur. Había cuatro motos esperándome allí en la frontera y me llevaron en moto. Cada una de las motos llevaba tres hombres armados. Yo iba en una moto con un hombre armado mirando para allá y el otro mirando hacia el otro lado, y dos motos por delante y dos por detrás. Yo era el que estaba en la motocicleta del centro. Me estaban escoltando como a un presidente por primera vez. Me llevaron durante una hora hacia el centro de Sudán y me reuní con un grupo de personas que eran jóvenes rebeldes, militantes. Me vieron, me miraron, y me dijeron:

—¡Anda, has venido!

—Sí —les dije.

—Pero ¿por qué has venido?

—He venido porque me habéis llamado.

—Sí, llamamos, pero ¿por qué has venido?

La pregunta no era agradable y les dije:

—Bueno, he venido porque confío en vosotros.

Y entonces pregunté:

—Y, ¿por qué me habéis llamado?

—Ya has contestado. Te llamamos porque confiamos en ti.

(…)

Yo confiaba en ellos y ellos confiaban en mí.

—¿Qué puedo hacer por vosotros?”.

—Somos rebeldes, somos jóvenes y estamos aquí. Ya has visto que por donde has venido no hay escuelas, no hay casas, no hay caminos. No te hemos llamado porque queramos poder. No te hemos llamado porque queramos dinero ni porque queramos fama. Te hemos llamado porque queremos tener voz.

Eso fue lo que me dijeron. (…)

—Bien, ayudaré en lo que pueda.

Tengo acceso a algunos foros y estoy encantado de contar esta historia. Y después me hicieron una pregunta:

—Dinos, ¿por qué no luchaste cuando estabas viviendo en el campamento?. Tenías todos los motivos para luchar.

Contesté:

—No luché porque creo que he sufrido dolor suficiente y no debía convertirme en otra fuente de dolor.


Así, arriesgando su vida, consiguió que 300 personas se apartasen del campo de batalla. Ahora son más de 600 de ese grupo los que están en Uganda. Víctor entiende que es muy difícil creer y tener confianza cuando creces bajo el ruido de las armas y el fuego de los rifles.


Y termina: “Está bien pedir que nos perdonen, pero es más importante aún entender por qué perdonamos a los demás. Mi plegaria es que reflejemos el amor que nos ha dado Dios para ser una nación de paz, una nación en la que no nos falten tantas cosas y que nos pongamos en pie para seguir orando y persiguiendo las oportunidades de paz y de justicia para las personas que sufren y que viven una vida de injusticia”.



Víctor Ochen es el fundador de AYINET, (African Youth Iniciative) Network una ONG que persigue la implicación de los jóvenes y de sus comunidades para responder a las consecuencias de los conflictos. Para lograrlo, ofrece programas de asistencia psicológica, tratamiento medico a discapacitados por la violencia y desarrolla programas de liderazgo centrados en la paz y en la tolerancia. En 2015, la revista Forbes le colocó entre los diez hombres más influyentes del continente. Ese mismo año fue nominado al Premio Nobel de la Paz y un año más tarde, los misioneros combonianos le entregaron el Premio Mundo Negro a la fraternidad. Victor es consejero global de las Naciones Unidas, embajador universal del objetivo 16 de la ONU, relacionado con justicia y paz en el mundo. En noviembre del pasado año fue invitado de honor en el Congreso Católicos y Vida Pública celebrado en España.

bottom of page