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Al fin ganó el "Campamento Esperanza"



Fueron setenta días ¡Setenta largos días alimentados por la esperanza! Esa fue su comida más importante. Así lo entendieron sus compatriotas cuando dieron nombre al campamento que les mantuvo con vida. Cada contacto con los mineros era un aliento que sostenía la esperanza: la llegada de la sonda, el papel que confirmó que estaban con vida, las medicinas, los vídeos de uno y otro lado… Todo alimentaba la convicción —más allá de toda duda—, sobre la certeza de salir con vida de las entrañas de la tierra.


La esperanza es la creencia que moviliza todas mis capacidades. Por eso trabajo duro, porque espero obtener una recompensa. Por eso enfrento los obstáculos, porque espero ver una luz. Por eso no desfallezco en el camino, porque espero llegar a mi destino…

La clave decisiva está en alimentar la esperanza.

Una mañana un viejo Cherokee le contó a su nieto acerca de una batalla que ocurre en el interior de las personas. El anciano dijo: “Hijo mío, la batalla es entre dos lobos que están dentro de todos nosotros. Uno es Malvado. Es ira, envidia, celos, tristeza, avaricia, arrogancia, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y egoísmo. El otro es Bueno. Es alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, bondad, generosidad, verdad, compasión, esfuerzo y amistad. El nieto estuvo pensando en lo que dijo su abuelo y luego le preguntó: Y al final, ¿cuál de los dos lobos es el que gana? El viejo Cherokee respondió: Aquél al que tú alimentes.


Es posible que alguien nos diga con cierta melancolía: “Si, pero en mi caso hace tiempo que la esperanza murió”. Y no me cabe la menor duda; seguro que murió. Pero se murió… ¡de hambre!



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