
«La historia más triste que haya escuchado». Así describe el periodista Blaine Harden la historia que le relató Shin Dong Hyuk; el joven norcoreano que durante veintitrés años fue criado, literalmente, por sus carceleros del Campo 14. Shin fue concebido como fruto de una relación impuesta a un hombre y a una mujer del campo de concentración. Ellos solo sirvieron de padres biológicos. Sus verdaderos progenitores fueron sus guardianes.
Durante años lo educaron para una misión tenebrosa: delatar a todos aquellos que mostraran, tan solo, el deseo de huir. A cambio recibiría más comida y un trabajo más fácil. Éstas eran las reglas de su «hogar». Un día tuvo la oportunidad de ponerlas a prueba. Sucedió una noche cuando, inesperadamente, escuchó a su «familia» preparar un plan de huida. Siete meses después su madre fue ahorcada y su hermano fusilado. Amor, misericordia, amistad eran palabras pervertidas o carentes de sentido.
Todo cambió cuando llegó al campo un nuevo prisionero. Este le contó, entre otras cosas, que la tierra era redonda y que existía… ¡la carne a la parrilla! El deseo de Shin por conocer este nuevo alimento —su comida habitual era maíz y col— fue la salvación de su compañero y la peculiar motivación para escapar. Hoy, Shin colabora con una asociación norteamericana de derechos humanos. Él está fisicamente fuera del Campo 14, pero psicológicamente todavía sufre por evadirse de la cerca interior que le impide vivir como hombre libre.