
El templo está abarrotado. Mi mujer y mis hijos, familiares, amigos de toda la vida, compañeros de trabajo, los vecinos, desconocidos… Todos están ahí. El sacerdote toma asiento. Mi mujer se levanta desde el primer banco, a la derecha. Viste un traje de chaqueta negro que contrasta con una sencilla blusa blanca. Con la mirada ensimismada por el dolor sube los peldaños que le conducen al presbiterio. Se aproxima al ambón. Decenas de miradas colmadas de compasión ponen su mirada en ella. Lentamente coloca una cuartilla en el atril, levanta sus ojos castaños enrojecidos por el dolor y, con la emoción contenida, se dirige a los presentes...
¿Qué está diciendo? ¿Me gusta lo que oigo? ¿Está orgullosa de mí? Las personas que la escuchan, ¿realmente sienten mi pérdida? Mis hijos… los veo. ¿Qué he aportado a sus vidas? Dios mío… ¿Qué he hecho con mi vida? Mis compañeros, mis amigos, mi familia… ¿Qué recuerdo tienen de mí?
A Randy Pausch —profesor de Ciencias Informáticas de la Universidad Carnegie Mellon— le diagnosticaron un cáncer de páncreas. Murió el 25 de julio de 2008 con cuarenta y ocho años. Tiempo antes, hizo algo singular: impartió una clase magistral con este título: “Cómo alcanzar los sueños de tu infancia”. Era “la última lección”. Un ejercicio didáctico del que se sirven muchos profesores norteamericanos para transmitir a sus alumnos aquello que consideran más importante en la vida, en el supuesto escenario de encontrarse al borde de la muerte. En el caso de Randy Pausch el supuesto era cierto.
Aquella clase se grabó en video. Desde entonces, más de seis millones de personas lo han visto.
Seguro que, cuando este lúcido profesor universitario estuviera “presente” en su propio funeral, se vería recompensado por las palabras de su mujer. Seguro que se alegraría descubriendo la presencia de numerosos amigos; de esos que, de verdad, no te olvidan. No se sentiría abatido por ignorar el propósito de su vida. No, a Randy Pausch esto no le pasaría.