
“Perdió su trabajo en 1832.
Fue vencido en su lucha por la legislatura en 1832.
Fracasó en los negocios en 1833.
Sufrió depresión nerviosa en 1836.
Fue vencido por el orador de la legislatura del estado de Illinois, en 1938.
Fue derrotado al no ser nombrado para el Congreso en 1843.
Perdió el nuevo nombramiento para el Congreso en 1848.
Fue rechazado de la Oficina del Catastro en 1849.
Fue derrotado cuando trató de ir al Senado en 1854.
Fue derrotado al no ser nombrado vicepresidente en 1856.
Fue derrotado cuando trató de entrar al Senado en 1858.
Fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos de Norteamérica en 1861”.
ANÓNIMO
Hace muchos años me regalaron un libro sobre la vida de Abraham Lincoln. Llevaba por título: “Lincoln, el desconocido”. Lo escribió Dale Carnegie en el año 1959. Todavía recuerdo el impacto que me produjo su lectura. Mis preocupaciones de entonces encogieron de tamaño cuando las comparé con las que tuvo que soportar el joven Lincoln desde su infancia. Y es que los grandes líderes siempre han fraguado su carácter en la adversidad.
Un líder es un “gestor de significado”; alguien a quien se recurre para interpretar el sentido de los acontecimientos. Lincoln fue un experto en gestionar el significado de sus fracasos; de todos ellos aprendió.
Él vivió cada una de sus caídas, y fueron muchas, como una oportunidad para crecer
Si a esta extraordinaria capacidad para interpretar la realidad, unimos una integridad férrea, el resultado es evidente: un hombre con el perfil providencial para conducir a su pueblo hacia cotas más altas de dignidad.
Hoy, muchos headhunters, cuando realizan entrevistas a sus candidatos suelen indagar por algún fracaso de su historia laboral e, inmediatamente, le preguntan: ¿qué aprendiste de aquella situación? La respuesta retrata. Así que te invito a que reflexiones sobre tus fracasos. No para culpabilizarte, sino para aprender.
Lincoln consiguió sobrepasar un dilema infernal: paz y esclavitud o guerra y derechos civiles. Su carácter, —el conocimiento y la gestión de sí mismo y de sus fortalezas—, y su capacidad para ofrecer un significado poderoso a la nación fueron las armas con las que consiguió, en el quicio de la guerra, aprobar la decimotercera enmienda. Un éxito histórico para un hombre que se hizo fuerte en el fracaso.