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"Amadeus": la correcta gestión del talento



Este fin de semana he disfrutado de la celebración de las bodas de plata de un matrimonio amigo. Sin duda, un acontecimiento de alcance teniendo en cuenta los tiempos que corren, porque más del cincuenta por ciento de los matrimonios se separan después de cumplir los diez años de convivencia.

El lugar elegido para la celebración eucarística fue una pequeña capilla situada en la finca de un conocido complejo bodeguero de Aranda de Duero. A la izquierda del altar, un cuarteto de cuerda acompañó con su música toda la ceremonia. Eran tres violines y una guitarra española, siempre perfectamente sincronizados. Todos rondaban los cuarenta años. Y me preguntaba, ¿qué hacen aquí estas cuatro personas?, ¿no les gustaría estar en una orquesta?, ¿cuánto tiempo de su vida les habrá costado dominar su instrumento para acabar aquí, pasando un frío de perros en medio de la Castilla profunda? ¡Cuánto tiempo! ¡Miles de horas! ¿Y sacrificios…? ¿De cuántas horas de televisión habrán prescindido? ¿Cuántas veces habrán dicho “no” para continuar practicando sin cesar, una y otra vez, hasta que sus dedos obedecieran a la partitura? Me imagino que preferirían estar tocando en el Teatro Real, en el Kursaal o en el Palau de la Música, pero… Están aquí, muy lejos de los aplausos de las personas que seguro sabrían apreciar su música mejor que nosotros.

Al día siguiente, al salir de un centro comercial en el cogollo de Madrid, ocupado en mis pensamientos, escuché a lo lejos, mezclada entre los ruidos de la ciudad, una melodía bellísima: La Danza Húngara nº 5 de Johannes Brahm. La interpretaba un discreto violinista de ropas grises con una bolsa de plástico abierta a los pies. Me acerqué a verle y mientras lo escuchaba no dejaba de preguntarme: ¿Por qué el cuarteto de ayer y este violinista no han alcanzado el éxito profesional, por ejemplo de David Garret o de Ara Malikian? ¿Será solo una cuestión de talento?


Recuerdo la película "Amadeus", buena parte del argumento relataba la rivalidad entre Mozart y Salieri. Mozart era brillante, ingenioso, creativo, … Pero también impulsivo y voluble. Salieri, por el contrario no era expansivo como su colega. Era trabajador, constante, disciplinado, … Sus composiciones brotaban más de la transpiración que de la inspiración. Salieri nunca llegó a ser Mozart, pero fue un músico extraordinario.


El cuarteto de cuerda burgalés y nuestro desconocido violinista madrileño quizás nunca lleguen a tocar en un gran teatro, quizás el gran público nunca aprecie su talento. Entonces, ¿habrán merecido la pena tantas horas de entrega y sacrificio? ¿Tendrán que dedicarse a otra cosa para ganarse la vida? ¿Sería mejor un trabajo fijo y estable? ¿Para qué complicarse la vida?


Sin embargo, éstas no son las preguntas adecuadas. Cuando una persona disfruta con su trabajo, cuando su actividad diaria se convierte en su pasión, cuando la vocación se identifica con la profesión, cuando uno conecta con su sueño más cierto y pelea por vivirlo… Entonces, el esfuerzo siempre merece la pena. A estos queridos músicos solo les falta una cosa: aprender a gestionar su talento y Salieri representa el paradigma adecuado.

Está claro que el común de los mortales nos identificamos con la aptitud del músico veronés. Por lo tanto, para que nuestro talento emerja —no existen atajos— la entrega y el sacrificio constantes son imprescindibles. Este es el principio.

Al mismo tiempo, el talento hay que gestionarlo adecuadamente y esto se aprende. Un músico es un artista, pero también es un profesional, es decir alguien que gana su sustento por medio del ejercicio de su profesión. Salieri lo entendió claramente. En aquella época —y hoy en día—, a los músicos se les enseña el dominio de un instrumento, pero no se les instruye para vivir de ello. El mundo de la música es una potente industria e instituciones educativas como el Berklee lo saben. Por eso, también forman a los artistas en una competencia clave: la habilidad para conducir su talento por los vericuetos del mercado.

Si quiero que mi talento comience a ser recompensado económicamente he de hacerme valioso para aquél que quiero que me recompense. Salieri llegó a ser compositor de la Corte Austríaca. Nadie pagaba mejor en aquella época. ¿Y yo…? ¿Cómo puedo aumentar mi valor? Alguien dijo una vez: “Aprenda a trabajar más duro en usted mismo que en su trabajo”. Y todo ello de una forma verificable. No son solo deseos, son resultados.

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